A veces no se tiene que apostar nada, sólo se juega la filosofía misma en nuestros saberes, en el cuerpo; el espacio privado nos engaña, deja de ser seguro para adoptarse en su verdadera naturaleza, la máquina de muerte hecha una casa. “Y nosotros estamos en el infierno y una parte de nosotros está siempre en el infierno, puesto que estamos emparedados en el mundo de las malas intenciones”.
El Semental (apodo que le daban de chavito porque se cogía a todas las morras del Estado) no paraba de tragar el humo con filtro de su Malboro. “yo sólo soy activo no más así les doy duro y bien rico je y chingón porque no me preñé a ninguna no me venía o las volteaba y las lecheaba en su culo o espalda ya después pos puro hombre”.
Apenas cumplí 28 años y ya tenía en mi nuca la fría boquilla de un calibre 22 debatiendo si seguiría vivo o no. Antes de jalarle a la suerte percibí el colmillo afilado de Isaac, realmente parecía disfrutar de mi miedo interno, cerré mis ojos y dije “Buum”. El crujir del arma me calmó demasiado, Isaac tomó su San Judas y le dio un beso de la suerte, cogió el Revólver y jaló sin miedo, no hubo bala, de hecho nunca tuvo balas ese instrumento de la belleza y la muerte. Guardó su arma en mi parte trasera y se acercó a mis respiraciones, colocó mi mano en su pantalón el cual reventó su botón y me puse a masturbar su envergadura por puro instinto. No era un gran pene, pero esa sonrisa malosa era signo de que cogía como un cabrón sin piedad, decidí bajarlo en Centro Médico.
Isaac es albañil, tiene 32 años, pero su rostro ha vivido más de 50. Su aliento es tabaco y jarabe de Agave. Viene de la obra y se le antoja preñarme, pistear y si su santo se lo permite conseguir Roca para fumarle como buen boterito.
Me abraza de forma cordial y elegante, se va con sus calcetines de colores diferentes, un pantalón roto y una chamarra de lana llena de cemento. No se da cuenta, dejó su Revólver en mi parte trasera.